Decía el bueno de Albert Einstein que el tiempo sólo existe para que no todas las cosas ocurran al mismo tiempo, enunciado muy digno de un físico relativista que a muchos nos puede costar trabajo entender. Lo que si comprendemos, en el pasado como ahora, es el valor del tiempo, o mejor dicho, el valor de las cosas que podemos hacer en dicho tiempo, y por ello desde antaño los humanos hemos diseñado sistemas para medirlo. Hay muchos ejemplos de intentos para organizar el tiempo a corto, medio y largo plazo, desde los calendarios astrales de la antigüedad que marcaban las estaciones, indispensables en la agricultura, hasta los complejos relojes nucleares con exactitudes medidas en milésimas de segundo. Pero ya que en este blog somos muy fans de estudiar a los romanos, he querido hacer una reseña de su particular manera de dividir el día, y es que en tiempos de la Antigua Roma, las horas no duraban lo mismo.
El día de los romanos estaba dividido en 24 horas, igual que en la actualidad, la diferencia estriba en que ellos asignaban 12 horas al día y 12 a la noche, sin importar las fluctuaciones que las estaciones provocan entre los dos periodos, esto es, en el hemisferio norte, los días son más largos en verano y más cortos en invierno, al igual que al sur del ecuador, aunque las estaciones ocurren en meses opuestos (los días se alargan en invierno y primavera y se acortan en verano y otoño). Sólo durante los equinoccios (aequus-igual, nox-noche) de primavera y otoño, que a su vez varían dependiendo de la latitud, la noche y el día tienen aproximadamente la misma duración. Entonces, si el día en Roma empezaba con el amanecer y terminaba con el ocaso, sus doce horas correspondientes se dividían en el periodo que el Sol se pasease por el firmamento, por lo que en el solsticio de verano, el día más largo, las horas duraban más, aproximadamente 75 minutos, y en el solsticio de invierno, menos, unos 45 minutos. En la tabla siguiente podemos ver la correspondencia entre las horas romanas y las actuales en ambos solsticios.
Verano
(Entre el 20 y 22 de junio de cada año en el hemisferio norte y entre el 20 y 23 de diciembre en el hemisferio sur).
Horas romanas. | Horas modernas. |
Hora prima | 4 horas, 27 minutos 0 segundos |
secunda | 5 horas, 42 minutos 30 segundos |
tertia | 6 horas, 58 minutos 0 segundos |
quarta | 8 horas, 13 minutos 30 segundos |
quinta | 9 horas, 29 minutos 0 segundos |
sexta | 10 horas, 44 minutos 30 segundos |
séptima | 12 horas, 0 minutos 0 segundos |
octava | 1 horas, 15 minutos 30 segundos |
nona | 2 horas, 31 minutos 0 segundos |
decima | 3 horas, 46 minutos 30 segundos |
undecima | 5 horas, 2 minutos 0 segundos |
duodecima | 6 horas, 17 minutos 30 segundos |
Final del día | 7 horas, 33 minutos 0 segundos |
Invierno
(Entre el 20 y el 23 de diciembre todos los años en el hemisferio norte, y entre el 20 y el 23 de junio en el hemisferio sur).
Horas romanas. | Horas modernas. |
Hora prima | 7 horas, 33 minutos 0 segundos |
secunda | 8 horas, 17 minutos 30 segundos |
tertia | 9 horas, 2 minutos 0 segundos |
quarta | 9 horas, 46 minutos 30 segundos |
quinta | 10 horas, 31 minutos 0 segundos |
sexta | 11 horas, 15 minutos 30 segundos |
séptima | 12 horas, 0 minutos 0 segundos |
octava | 12 horas, 44 minutos 30 segundos |
nona | 1 horas, 29 minutos 0 segundos |
decima | 2 horas, 13 minutos 30 segundos |
undecima | 2 horas, 58 minutos 0 segundos |
duodecima | 3 horas, 42 minutos 30 segundos |
Final del día | 4 horas, 27 minutos 0 segundos |
Fuente: http://penelope.uchicago.edu/Thayer/E/Roman/Texts/secondary/SMIGRA*/Hora.html
Las noches igualmente contaban con 12 horas, pero era más común referirse a ellas por las cuatro vigiliae en las que estaban divididas, aunque claro, en invierno las vigiliae duraban más que en verano.
Para un habitante del mundo moderno puede parecer algo complicado vivir en una sociedad donde la duración de las horas cambia constantemente, pero debemos recordar que nuestros estilos de vida son mucho más complejos y requieren de mayor exactitud que en la antigüedad. Por ejemplo, hace dos mil años no había trenes ni aviones cuya puntualidad midiera la eficiencia de sus operadores y la duración de los juegos en el anfiteatro dependía de la destreza de los leones para acabar con su almuerzo de cristianos y no de los caprichos del árbitro. En todo caso, con eso de que en la ciudad de Roma pocos tenían un empleo fijo y de que en las provincias la mayor parte de la población se dedicaba a la agricultura, posiblemente tampoco les hiciera falta.
Hace un par de años intenté durante el verano acostumbrarme a vivir de acuerdo con las horas romanas, y encontré el proceso hartamente complicado, pero creo que más debido a mis costumbres arraigadas por varias décadas que por la ineficiencia del sistema arcaico y seguramente ni me daría cuenta de la diferencia si desde mi nacimiento se me hubiese educado con tal medida del tiempo. De hecho, creo recordar de una clase de antropología en la universidad que algunas tribus en África no usan el reloj de 24 horas común en la mayor parte del mundo y aún se guían por el Sol.
Me he dejado más detalles en el tintero sobre la medida del tiempo en Roma que espero reseñar en futuros artículo. Lo que espero quede claro es que la exactitud en la medición del tiempo de los romanos era un poco laxa comparada con nuestros estándares. Será por ello que la puntualidad en algunas de las antiguas provincias romanas es tan observada en la actualidad con el mismo interés que los rituales de apareamiento de las nutrias.
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