Esta anécdota la escuché por primera vez de un profesor en la universidad y desde entonces me tiene cautivado por su originalidad, y por ser un ejemplo de lo que la desesperación de la guerra nos puede empujar a hacer. Es la historia de cómo los marineros del Destructor USS O’Bannon tuvieron que echar mano de los más que socorridos tubérculos al enfrentarse a un submarino japonés en el Pacífico durante la Segunda Guerra Mundial.
Cuando fue botado en febrero de 1942, sólo dos meses después del ataque a Pearl Harbor, el O’Bannon parecía ser uno más de los casi 200 destructores de la Clase Fletcher destinados al esfuerzo bélico. Con sus 114 metros de eslora y armado con 22 cañones de varios calibres y 10 tubos lanza torpedos, era capaz de llevar a su tripulación de 329 a 35 nudos con un alcance de 12.000 kilómetros. Después de un breve periodo de entrenamiento en el Caribe, el O’Bannon fue transferido al Pacífico Sur en el verano de ese año, cuando la avalancha invasora japonesa alcanzaba su límite máximo de expansión.
Su bautizo de fuego llegó pronto, en la campaña de las Islas Salomón. La inteligencia norteamericana había recibido información de que un contingente japonés había desembarcado en una de las islas del archipiélago, Guadalcanal, y que dichas fuerzas estaban construyendo una pista de aterrizaje. Los líderes militares pronto comprendieron que si los japoneses lograban terminar una base aérea en la zona, las líneas de navegación que unían a los Estados Unidos con la amenazada Australia podrían ser cortadas y el avance nipón sería imparable. Era el momento de abandonar los repliegues y pasar al ataque, desembarcando una fuerza de Marines en Guadalcanal y enviando una flota de entre los restos salvados en Pearl Harbor y los nuevos buques que se habían unido a la batalla en los últimos meses, entre ellos el O’Bannon.
La campaña se convirtió en una de las más duramente luchadas por ambos bandos, conscientes de la importancia estratégica de las islas. Desde agosto de 1942 hasta febrero del siguiente año tres grandes batallas terrestres por el control del campo aéreo y siete batallas navales decidieron el curso de la guerra durante los próximos meses, y el USS O’Bannon participó en todas ellas como buque escolta de algunos de los portaaviones involucrados y de convoyes que transportaban refuerzos y material a las tropas sitiadas en Guadalcanal, además de patrullar el canal conocido como “The Slot” (la Ranura), para impedir la llegada de refuerzos japoneses. Antes de finalizar el año, Japón abandonó sus intentos de reconquistar la isla, y en febrero, sus últimos hombres evacuados. El O’Bannon fue enviado a su base en Nueva Caledonia para hacer reparaciones y darle un breve y merecido descanso a sus marineros. Sin embargo, el 5 de abril de 1943 tendría un encuentro por el que pronto se haría célebre.
Muy temprano aquella mañana, una veintena de kilómetros al suroeste de la Isla Finuana, un vigía avistó entre las olas una sombra. Era el submarino japonés RO-34. En un principio, el Capitán del O’Bannon Edwin R. Wilkinson dio la orden de embestirlo, como se esperaba de un destructor, pero cuando la proa del navío se acercaba ya peligrosamente a su blanco, un oficial sugirió a Wilkinson que podría tratarse de un submarino minador, y que un choque directo podría causar una explosión que hundiera ambas naves. En el último momento, el O’Bannon evitó el choque tras una maniobra desesperada, pero quedó justo a un lado y en paralelo al submarino. Los marinos japoneses reaccionaron alcanzando los cañones de 3 pulgadas de superficie para atacar al O’Bannon, pero en ese momento, los marineros de cubierta del destructor, desarmados, cogieron patatas de unos contenedores y comenzaron a lanzarlas contra los sorprendidos japoneses, quienes creyendo que eran granadas de mano, dejaron los cañones y se dedicaron a devolverlas hacia el destructor. En la confusión, al O’Bannon le dio tiempo de alejarse lo suficiente para utilizar sus propios cañones, que apuntaron al RO-34 y dieron en el blanco dañando la torre de mando, pero el submarino consiguió sumergirse, sólo para ser destruido con cargas de profundidad del O’Bannon. El submarino encontró en el fondo la tumba para su tripulación de 66 marinos y oficiales.
Después del evento, que llamó la atención de la prensa, la tripulación del hasta entonces desconocido destructor recibió una placa conmemorativa de la Asociación de Agricultores de la Patata de Maine por su “ingenio a la hora de usar nuestra orgullosa patata para ‘hundir’ un submarino japonés”, galardón que fue colgado en la cantina para la admiración de todos. Pero a pesar de su ilustre hazaña, el O’Bannon continuó su impagable labor durante el resto de la guerra, y se distinguió por ser el destructor más condecorado del conflicto, recibiendo 17 Estrellas de Batalla e incluso la Mención Presidencial (Presidential Unit Citation), el más alto honor dedicado a barcos de la marina norteamericana por el “extraordinario heroísmo en acción contra un enemigo armado”. Por su contribución a la victoria, fue asignado como uno de los destructores escolta del acorazado Missouri en la Bahía de Tokio el día de la rendición de Japón. En su larga vida (fue desguazado en 1970) el O’Bannon fue un buque ampliamente galardonado, pero todo el mundo lo recordará como el destructor que atacó a un submarino con patatas.
Hola Jesús,
¡sorprendente! Más vale invertir en tubérculos que en armas nucleares ¡Ja, ja, ja! Fuera bromas, el ingenio siempre superará la fuerza bruta y esto es algo que se ha visto en múltiples batallas a lo largo de la Historia y la que nos explicas hoy es buena muestra de ello.
Un abrazo
Buenos días Francisco,
te imaginas si las guerras se pelearan con patatas? jeje, nos ahorraríamos mucho sufrimiento, y creo que hasta nos divertiríamos un poco. Pero bien dices que este es un buen ejemplo del ingenio humano en horas desesperadas. Siempre me ha gustado esta historia, y por ello he querido compartirla.
Muchas gracias por comentar. Feliz domingo!
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